Como de costumbre, después de varios minutos en su andador – sí, aunque ya camina y corre, aún lo usa, porque de esa manera me permite realizar varias actividades sin que esté en peligro – decidí que era momento para que caminara y quizás corriera a toda velocidad por la casa.
Estuvo jugando, caminando, corriendo, mostrándome sus juguetes… sentí que no habría novedad alguna en esta tarde. Así que me dispuse a preparar la pañalera para el día siguiente. Afortunadamente, ya no se me ha olvidado la leche, como me sucedió anteriormente y que compartí con todos ustedes.
Mientras estaba preparando la pañalera con todas las cosas, lo perdí de vista. Pero de pronto no escuché nada, y como es cierto que si el niño no hace ruido, eso indica que está haciendo algo que puede ser poco adecuado, por no decir que está haciendo una travesura.
Giré la cabeza hasta donde se encontraba y lo vi subirse al andador con una agilidad de la que yo no había sido testigo. Con unos movimientos certeros, subió el primer pie, se sujetó fuertemente de la orilla, y con ayuda de sus brazo, subió el segundo pie. ¡ Ya estaba arriba en menos de lo que canta un gallo !
Pero eso no era todo, aún no se colocaba correctamente dentro de él, así que se giró con mucho cuidado, y ubicó el lugar dentro del andador donde debía ir sentado. Así que bajó primero un pie y después el otro, finalmente se sentó.
En ningún momento me vio que lo estaba observando, y con la misma agilidad, ayudado de sus fuertes brazos, se levantó, y se bajó del andador.
Me quedé con la boca abierta, es más, confieso que hasta un video grabé para tenerlo como evidencia para los próximos años. Y muchos más sorprendido me quedé, cuando me di cuenta que subía y bajaba del andador con una naturalidad, y por supuesto, cada vez con mayor facilidad y agilidad.
No lo esperaba, pero el día de hoy, mi niño fue todo un atleta temerario.