El segundo hijo no llega con timidez, llega con fuerza…

El segundo hijo no llega con timidez, llega con fuerza a meterse donde puede y formar parte de un equipo de tres que no sabía cuánto lo necesitaba.

A formar ahora un bello equipo de cuatro.

Desde antes de abrir los ojos, ya tiene a alguien arañando el metro de altura, inspeccionando al “intruso” que roba miradas, atención, y ese tiempo que antes era todo suyo.

Y mientras trata de entender qué está pasando, pum, le mete el dedo en la nariz, le jala el cabello, lo besa con baba, juega poco brusco y lo muerde cuando nadie lo ve.

El segundo hijo no conoce la exclusividad, ni las siestas en silencio, ni el “ahora no, estoy ocupado”. Llega con una cuna heredada y horarios desordenados.

Ve la luz antes del mes y aprende a defenderse antes de tiempo. Viene un poco más salvaje, más libre, más vivo.

Y nos enseña el arte de compartirlo todo… incluso a mamá y papá.

Convive con un compañero de vida que a veces es su héroe, otras veces su rival, pero siempre es su gran e incondicional hermano.

Con el segundo hijo tiré el manual, apagué el monitor. Finalmente, entendí que la perfección es un invento agotador. Aprendí a reírme más, a soltar el control, a ser flexible, a vivir más tranquilo.

Pero lo más grande que descubrí es que el corazón no se divide, se agranda.

Se hace el doble de fuerte, el doble de tierno, el doble de inmenso en un “segundo”.»

Te amo hijo….